Para poder comprender mi punto de vista en este post
tendremos que llegar al acuerdo en conjunto de que el conocimiento, como lo
comprendemos, es una meta.
Sé que alguno se verá tentado a decir que el conocimiento no
es una meta, que se debe analizar como un proceso, porque le permite una
extensión infinita frente al final que puede representar una meta. Pero de por
si el conocimiento es infinito. No hay nadie que pueda saberlo todo sobre todo.
Así que podemos acordar, para este análisis, que el
conocimiento es una meta. Y que podemos trazar un plan para alcanzarlo.
Como toda acción humana, el plan para alcanzar el
conocimiento debe regirse por varios criterios. Uno de ellos, es sin duda, el
económico.
Vamos a evitar confusiones del concepto económico con el
concepto de costo. Aunque nuestro último siglo nos obliga a casi verlos
casados, la economía no es sólo lo que cuesta hacer algo.
En este caso, la economía está relacionada a valorar tus
recursos y capacidades tanto en lo micro (micro-economía) como en lo macro
(macro-economía).
La macroeconomía estaría vinculada a los recursos externos
para alcanzar el conocimiento (enseñanza), posibilidades para hacerlo (económicas
y sociales), habilidades para negociarlo (cooperación educativa), etc…
En este ejercicio no voy a centrarme en lo macro sino en lo
micro, la microeconomía estará vinculada a todo lo que tiene que ver con el ser
anhelante del conocimiento. Y sus dos características principales: recursos
para alcanzar el conocimiento (aprendizaje) y capacidades para alcanzar el
conocimiento (inteligencia).
Así pues, mientras mayor es tu capacidad para cumplir el
plan que te lleva al conocimiento, menor será el uso de los recursos para
alcanzarlo (aprendizaje). Lo que viene a resolver la incertidumbre de que
algunos superdotados entren a los exámenes sin haber estudiado apenas y salgan
mejor que tu. Una ley universal de la economía del conocimiento.
Si sabes manejar tus recursos y conoces tus capacidades,
estarás en un punto de equilibrio para poder cumplir tu plan hacia el
conocimiento.
Estoy seguro que en este punto estaremos imaginando cientos
de escenarios posibles con lo que hemos dibujado en las líneas anteriores, es válido
y si quieres compartirlos conmigo, para eso está el blog.
La distorsión
Una de las maravillosas facultades de la comunicación humana
es que puede ampliar (explicar) y reducir (resumir) infinitamente todo lo que
conocemos. Es una de las tantas cualidades que podemos encontrar en el ejercicio
de comunicarnos.
Esta mitad del siglo de revolución tecnológica, que
especialmente ha afectado a la forma como nos comunicamos, está masificando y
simplificando los instrumentos, lenguajes y canales para lograr la interacción.
Elemento fundamental de la comunicación.
El problema de la simplificación de los procesos requeridos
para comunicarnos, es que la distorsión entre la ampliación y la reducción de
lo que conocemos, es una variable que se vuelve incontrolable.
Así pues, leemos un libro en .pdf colgado en alguna página Web
de: “Cómo programar cohetes especiales” Y ya automáticamente somos ingenieros de
la NASA. ¿Quién
puede decirnos lo contrario?
Los tiempos del plan para alcanzar el conocimiento se ven
reducidos, en poco tiempo sabemos mucho, porque la información, ampliada o
reducida, está a nuestro alcance.
Pero olvidamos que el tiempo, por sí mismo, no es la única
variable para cumplir el plan. Que tanto los recursos como la capacidad juegan
un papel fundamental en el proceso.
La distorsión generada por la tecnología de la comunicación
no debe afectar nuestro plan hacia el conocimiento. Tener un acceso
simplificado a la información no obligatoriamente da por cumplido nuestro plan.
Es un ejercicio de sinceridad con nosotros mismos, ¿Qué tan
cierto es que alcanzamos el conocimiento? ¿Realmente sabemos lo que creemos
saber? Y más aún, ¿somos aptos ante este conocimiento?
Esto no tiene nada que ver con el derecho a conocer, que es
incuestionable: todos sin distinción tenemos derecho al conocimiento libre,
pero tenemos la responsabilidad de cumplir ética y moralmente con nuestro plan
para alcanzarlo.
Está aquí la razón de que veamos en pleno siglo XXI a
periodistas que se creen fielmente ser economistas,
a ingenieros que se creen médicos, a conductores que se creen presidentes de países
o grandes compañías. Y a todos ellos fallar rotundamente en lo que creen saber.
Aunque estas líneas dan para extenderse más, hace 20 años
hubieran dado razón a un libro, por ejemplo, yo me valgo de la distorsión para
resumirlas en este post.
Espero poder conversar con ustedes sobre esto.
Comentarios
Publicar un comentario