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Somos lo que hacemos con nuestras palabras



Las palabras nos definen, definen el mundo en el que vivimos y todo lo que nos rodea. Esto no es un un cliché profesional tratando de justificar mi carrera y vocación. Es una realidad que intentaré razonar en este post.

Para no marear mucho, aunque el tema pide extensión, hasta mediados del siglo XVIII el orden de prioridades del mundo era cumplir la palabra de Dios, la definición de espacios geográficos, la exploración de territorios, y otras cosas que definían al hombre de esa época. De pronto entraron palabras ya conocidas que se llenaron de conceptos nuevos, Libertad y Derechos. Y sucedió el boom.

Hasta entonces el hombre no había pensado en definirse como libre y con derechos, o por lo menos no gastaba tiempo ni su vida en hacerlo.

Colocar las palabras Libertad y Derecho como su “trending topic” (jajaja) transformaron su entorno y su propia vida para siempre.

Somos lo que decidimos que sean las palabras. Tenemos el poder de cambiar al mundo con ellas y su significado. 

Toda esta reflexión viene a propósito de una conversación que escuché hoy en el metro de Barcelona. Para los que no lo saben bien, Cataluña viene siendo la cuna, la brasa nunca apagada (pese a los intentos históricos) de una suerte de mezcla de ideas socialistas y anarquistas, con el carácter mercantil de sus habitantes. Son como hombres y mujeres con visión de negocios y pensamientos de izquierda. O por lo menos así se han querido definir históricamente.

Aunque en ciudades como Barcelona, la multiculturalidad se impone, causando sombra sobre el catalán que describo, hoy en el metro una mujer quedó en evidencia. Porque durante todo el recorrido peleaba con un tono de voz bastante exaltado por sus derechos como “proletaria, personal, obrera” palabras que se adosaba con orgullo y repetía mientras colocaba en el otro bando de su disputa a “patrón, dueño, ese”. 

A todas estas, ella viajaba con una amiga, que durante 30 minutos de mi viaje a su lado no pronunció ni una sola palabra, sólo sonreía y escuchaba el discurso sobre exaltado de una luchadora social. 
Yo me perdí en el discurso e imaginaba tener un walkman para dejar de escucharla, hasta que caí en cuenta que el walkman era de 1980. Y que el discurso de esta señora ya estaba tan caduco como este aparato.

Entonces llegué a esta reflexión, no podemos dejar de ser algo diferente a las palabras que queremos que nos definan. Si nos sentimos y decimos proletariado, personal, un número, un recurso, nunca dejaremos de serlo. Y en contra parte, el otro nunca dejará de ser el patrón.

Para mí, los tiempos nos exigen nuevas definiciones en las relaciones, que viejas palabras vuelvan llenas de nuevo contenido. Que suceda otro boom que cambie el mundo. Otro boom de las palabras.
Solo si podemos cambiar con las palabras la forma en que nos definimos, lograremos crear un espacio de negociación para una nueva (mejor) realidad.           

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