¡Descubres que la vida te cabe en una maleta!
Corrían los años 90, y como cualquier profesional joven y con ambición, quería conseguir "muchas cosas", tener un carro, una casa, y bienes que me facilitaran la vida cotidiana.
Estaba cayendo en la trampa de tener por tener, sin mayor consciencia del uso de las cosas. Acaparar bienes para que produjeran gastos, polvo y desaveniencias.
Por cosas del destino, justo en el año 1996 mi visión de la vida cambió para siempre, tuve que tomar una decisión, irme una Semana Santa de vacaciones para un buen sitio, con todo pago y mucha tranquilidad, u optar por irme con un sacerdote agustino a visitar las zonas más olvidadas y abandonadas del estado Zulia, en una zona fronteriza entre Venezuela y Colombia.
Evidentemente, me movió la necesidad de reconocer esta realidad, de descubrir este mundo lejano a mis comodidades de ser parte de una clase media que podía permitirse ciertos gustos (que entraría en extinción).
Lo primero que me sorprendió fue nuestro guía diciéndonos: "Quítense los relojes, cualquier cosa de valor innecesaria, porque vamos a cargar, vamos a entrar en lodo, y lo más importante, a los que vamos a conocer no tienen nada de esto para vivir, y les va a caer muy mal vernos con esos objetos encima".
Pensé que exageraba, pero efectivamente, llegamos a un sitio, luego de meternos por un pantanal en el que no pasaba ningún vehículo que no fuera un todoterreno. Pensé que el edificio con medio techo que se alzaba frente a mi era un colegio bastante abandonado, pero no. ¡Era una casa para todas las familias!, vivían con cuartos divididos con sábanas como paredes, en esos cuartos imaginarios no había un mueble, y con dificultad los mejores espacios tenían una cama vieja de madera. La mayoría dormía sobre colchones en el suelo, viejos pero impolutos. Todos se respetaban, había normas de convivencia en aquella gran casa. Todos salieron a nuestro encuentro, a festejar nuestra llegada, y con nosotros las medicinas, la comida y la ayuda.
Hay muchas más imágenes en mi mente que no caben en este post, y revolotean de forma incesable. Pero lo que más me impactó fue ver a una familia de 4 personas que tenían todas sus pertenencias en una vieja maleta, rota por una esquina y sin sujetador para agarrarla. ¡La vida te cabe en una maleta!, me dije.
No sabía que, 20 años después estaría llenando yo una sola maleta, para dejar el país que me vio nacer, y con él toda una vida completa, y venir al suelo de mis padres y abuelos.
Entonces comprobé que sí, que la vida te cabe en una maleta.
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