Estar en Facebook, tener cuenta en Twitter, un perfil
profesional en LinkedIn o escuchar música el fin de semana desde Spotify o
Youtube son condiciones a las que estamos expuestos cada vez con mayor
frecuencia y regularidad. Pero hay que tomar en cuenta que hace apenas 15 años
esto no era así.
La bandera de las redes sociales que ondea en el pabellón de
la innovación tiene la presencia de apenas un adolescente. 15 años son muchos
para hablar sobre algo novedoso, pero son pocos para poder entender cómo han
cambiado nuestra forma de vivir y entender nuestro entorno.
Para empezar a darle algunas vueltas al ovillo de las redes
sociales, hay que entender que no son una innovación. Resulta ridículo que diga
esto a estas alturas. Pero las redes sociales no están innovando. Son el
resultado de mezclar estrategias de marketing, sociología, intuición para los
negocios y tecnología. Pero su fórmula no representa ninguna gran invención.
No así lo que sucede dentro de ellas, y a su alrededor. Que
un Gobierno asuma a las redes sociales como parte de su gestión en línea, y
utilice Twitter para contraloría de sus programas si tiende a innovar frente a
la gestión tradicional.
Entonces, la innovación en las redes sociales no la hacen
las empresas que gestionan estas redes, ellas sólo tienen el negocio (y el
contenido) que ya es bastante. Pero lo que de verdad está cambiando al mundo
sucede adentro de ellas.
Mis redes
Antes de seguir escribiendo, una nota importante. Desde mi
criterio (de estos últimos 15 años) hemos recreado un pseudo mundo en el que
hemos validado experiencias, carreras profesionales, inversiones. Distorsionando
lo que conocíamos hasta entonces. Para bien, y para mal.
Muchos profesionales se han traído los vicios de sus
frustradas carreras, y sin querer se han colado en los bytes de las redes.
Otros con más tino han descubierto su verdadera profesión.
Para amarrar más este punto y vincularlo con el comienzo de
mi post, nada mejor que contar mi historia. Definitivamente soy todo lo lejano
a ser un “Gurú” en las redes, me parece ofensivo el título, y me cuestionaría
mucho si alguien se dirigiera a mí de esa forma.
Soy un profesional de la comunicación humana, un
investigador y apasionado por la forma en que construimos (innovamos) el mundo
a través de ella. Esa pasión me llevó a caer hace 11 años en esto de las redes
sociales.
Mi profesión es comunicar, mi pasión es entender la comunicación.
Si algo soy es un animal comunicador, un humano comunicativo, un vertebrado
verbal. NO soy un Community Manager, aunque entiendo su profesionalización, ni
un Social Media Manager, Ni un pito manager. Aún, después de 20 años de
experiencia profesional y de ir atando cosas, me cuesta manejar lo que digo,
lejos estoy de ser manager de otros.
Mi primer contacto con Twitter se lo debo a mi amiga
Verónica, una Millenials por naturaleza, nació dentro de esta generación.
Recuerdo que me dijo “tú que trabajas en eso de la comunicación, esto te debe
ser útil, y nos leemos”.
De allí a esta época el camino ha sido largo, con
experiencias sumamente positivas. En todas mis amigos, socios, involucrados
(más que clientes) han construido conmigo historias que contar, anécdotas que
compartir, y algunos éxitos (muchos de ellos no medibles ni cuantificables, aun
así reconocidos mutuamente).
E insisto en esto último, porque como este es un pseudo
mundo, existe el empeño de hacerlo real, esa espina de no ser “verdaderamente
un científico”, ese pecado metodológico que arrastramos en las ciencias
sociales, y que sólo compensamos queriendo poner números donde no caben. Que
una cuenta tenga más de mil seguidores no garantiza que se comunica mejor,
menos adecuadamente.
¿Hacia dónde va esto?
De alguna manera la moda pasará, habrá algo más novedoso (no
necesariamente innovador) o se desgastará el recurso de las redes sociales. Y
luego de esa crisis persistirán aquellos que en ellas tienen visiones
diferentes (no debe ser la mía) sobre su aprovechamiento social.
Lo que si se va a mantener en el tiempo es la transformación,
probablemente volviéndose parte de nuestra cultura colectiva, son esos cambios
sutiles (pero inmensos) que han provocado las redes en nuestras vidas.
No hablo de tener una cuenta virtual. Me refiero más bien a
la necesidad de estar conectados todo el tiempo con otros, enterados de
realidades distantes y ajenas, visualizando, inmortalizando de forma inmediata
cualquier momento.
Me refiero a la necesidad de estar con muchos pero estar
solos. El arte de mentir y no sentir culpa alguna. La necesidad de impactar de
forma prematura que bien define Simon Sinek.
El deseo de ser el más visto, el más comentado, y el más
compartido a toda costa y pese a cualquier consecuencia. Y todo lo que esto
conlleva.
Es decir, cuando la moda de las redes pase, y quede la
resaca. Habrá mucho trabajo por hacer para todos los investigadores, y científicos
sociales.
Lo que evidenciamos en las redes sociales es sólo un síntoma
de una humanidad que está queriendo cambiar, se está aferrando a la tecnología
como su salvavidas para evolucionar, porque teme quedarse como está.
Y este es un elemento común entre la generación de estos
últimos 15 años de redes sociales, sí le preguntas a cualquiera de ellos, al
que sea. ¿Te gustaría seguir siendo la misma persona, con los mismos hábitos, y
la misma vida que tienes ahora? Su respuesta, casi en totalidad, sería que no. Sabiendo
lo que conlleva siempre cambiar.
En los próximos años veremos un desarrollo más ético, legal,
inspiracional y hasta vocacional de la tecnología, en especial aquella que
lleve lo virtual a lo real. Siendo el niño mimado de la humanidad, pasará a ser
tomada como un indicador fundamental de transformación.
Esto nos llevará a abandonar los recursos reales (dinero,
minerales, petróleo y derivados) para darle más valor a la transformación (de
energías, de recursos, de procesos).
Lo más importante es poder tener a una sociedad preparada
para dirigir el cambio que ella misma está solicitando.
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