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El dolor tiene un olor...

 


Cada diciembre viene a mi mente, en bucle, la misma historia. Para todos es Navidad, para mi desde 1999 es Navidad pero... no tanto. 

¿Qué pasó hace ya 25 años? te lo recordé en este post cuando se cumplían 10 años de aquellas trágicas lluvias en Vargas, Venezuela 

Me quedo de ese post con este comentario:  "Las historias de miles de personas que pudieron contar lo sucedido, y hablan aún hoy de olas monstruosas impulsadas por el cause de quebradas, algunas alcanzando los 5 metros de altura, equivalente a tres hombres promedio subidos sobre sus hombros, y con ellas miles de piedras de toneladas de peso con troncos y otros escombros, que a su paso arrancaron la vida de miles de cuerpos.

En horas, Vargas estaba convertida en un verdadero cementerio, un duro golpe que aún después de 10 años, ni emocional ni socialmente se logra superar."

Estaba yo comenzando como reportero en esta profesión de comunicar, mi medio no tenía imágenes, pero tenía el poder de la palabra hablada. Esa magia del sonido me llevó a entender que el dolor tiene un olor particular.

Es amargo, de aquella amargura que te hace tragar muy grueso al saber que un ser querido se lo ha llevado el agua, y ha muerto de una forma horrorosa, y no vas a poder recuperar nisiquiera su cuerpo. Luego se mezcla con el sabor salado de las lágrimas de las personas que han perdido todos sus bienes y su vida, y cuando el sabor es lo suficientemente malo para dejarte en un silencio que hace que tus ojos bajen al suelo lleno de tierra y piedras, llega un gusto ligero a dulce que brilla en la esperanza de la gente que no abandona su pueblo, pese a los males. Esa misma gente que ayuda a los otros, pese a compartir la miseria, que se da la mano, porque todo aquello es muy duro.

35 años y me sigue llegando al corazón el olor del dolor que se sintió en Vargas.


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