sábado, 18 de agosto de 2018

¿Cómo la comunicación digital distorsiona la economía del conocimiento?


Para poder comprender mi punto de vista en este post tendremos que llegar al acuerdo en conjunto de que el conocimiento, como lo comprendemos, es una meta.

Sé que alguno se verá tentado a decir que el conocimiento no es una meta, que se debe analizar como un proceso, porque le permite una extensión infinita frente al final que puede representar una meta. Pero de por si el conocimiento es infinito. No hay nadie que pueda saberlo todo sobre todo.

Así que podemos acordar, para este análisis, que el conocimiento es una meta. Y que podemos trazar un plan para alcanzarlo.

Como toda acción humana, el plan para alcanzar el conocimiento debe regirse por varios criterios. Uno de ellos, es sin duda, el económico.

Vamos a evitar confusiones del concepto económico con el concepto de costo. Aunque nuestro último siglo nos obliga a casi verlos casados, la economía no es sólo lo que cuesta hacer algo.

En este caso, la economía está relacionada a valorar tus recursos y capacidades tanto en lo micro (micro-economía) como en lo macro (macro-economía).

La macroeconomía estaría vinculada a los recursos externos para alcanzar el conocimiento (enseñanza), posibilidades para hacerlo (económicas y sociales), habilidades para negociarlo (cooperación educativa),  etc…

En este ejercicio no voy a centrarme en lo macro sino en lo micro, la microeconomía estará vinculada a todo lo que tiene que ver con el ser anhelante del conocimiento. Y sus dos características principales: recursos para alcanzar el conocimiento (aprendizaje) y capacidades para alcanzar el conocimiento (inteligencia).

Así pues, mientras mayor es tu capacidad para cumplir el plan que te lleva al conocimiento, menor será el uso de los recursos para alcanzarlo (aprendizaje). Lo que viene a resolver la incertidumbre de que algunos superdotados entren a los exámenes sin haber estudiado apenas y salgan mejor que tu. Una ley universal de la economía del conocimiento.

Si sabes manejar tus recursos y conoces tus capacidades, estarás en un punto de equilibrio para poder cumplir tu plan hacia el conocimiento.

Estoy seguro que en este punto estaremos imaginando cientos de escenarios posibles con lo que hemos dibujado en las líneas anteriores, es válido y si quieres compartirlos conmigo, para eso está el blog.

La distorsión

Una de las maravillosas facultades de la comunicación humana es que puede ampliar (explicar) y reducir (resumir) infinitamente todo lo que conocemos. Es una de las tantas cualidades que podemos encontrar en el ejercicio de comunicarnos.

Esta mitad del siglo de revolución tecnológica, que especialmente ha afectado a la forma como nos comunicamos, está masificando y simplificando los instrumentos, lenguajes y canales para lograr la interacción. Elemento fundamental de la comunicación.

El problema de la simplificación de los procesos requeridos para comunicarnos, es que la distorsión entre la ampliación y la reducción de lo que conocemos, es una variable que se vuelve incontrolable.

Así pues, leemos un libro en .pdf colgado en alguna página Web de: “Cómo programar cohetes especiales” Y ya automáticamente somos ingenieros de la NASA. ¿Quién puede decirnos lo contrario?

Los tiempos del plan para alcanzar el conocimiento se ven reducidos, en poco tiempo sabemos mucho, porque la información, ampliada o reducida, está a nuestro alcance.

Pero olvidamos que el tiempo, por sí mismo, no es la única variable para cumplir el plan. Que tanto los recursos como la capacidad juegan un papel fundamental en el proceso.

La distorsión generada por la tecnología de la comunicación no debe afectar nuestro plan hacia el conocimiento. Tener un acceso simplificado a la información no obligatoriamente da por cumplido nuestro plan.  

Es un ejercicio de sinceridad con nosotros mismos, ¿Qué tan cierto es que alcanzamos el conocimiento? ¿Realmente sabemos lo que creemos saber? Y más aún, ¿somos aptos ante este conocimiento?

Esto no tiene nada que ver con el derecho a conocer, que es incuestionable: todos sin distinción tenemos derecho al conocimiento libre, pero tenemos la responsabilidad de cumplir ética y moralmente con nuestro plan para alcanzarlo.

Está aquí la razón de que veamos en pleno siglo XXI a periodistas que se creen  fielmente ser economistas, a ingenieros que se creen médicos, a conductores que se creen presidentes de países o grandes compañías. Y a todos ellos fallar rotundamente en lo que creen saber.  

Aunque estas líneas dan para extenderse más, hace 20 años hubieran dado razón a un libro, por ejemplo, yo me valgo de la distorsión para resumirlas en este post.

Espero poder conversar con ustedes sobre esto.

martes, 23 de enero de 2018

Somos lo que hacemos con nuestras palabras



Las palabras nos definen, definen el mundo en el que vivimos y todo lo que nos rodea. Esto no es un un cliché profesional tratando de justificar mi carrera y vocación. Es una realidad que intentaré razonar en este post.

Para no marear mucho, aunque el tema pide extensión, hasta mediados del siglo XVIII el orden de prioridades del mundo era cumplir la palabra de Dios, la definición de espacios geográficos, la exploración de territorios, y otras cosas que definían al hombre de esa época. De pronto entraron palabras ya conocidas que se llenaron de conceptos nuevos, Libertad y Derechos. Y sucedió el boom.

Hasta entonces el hombre no había pensado en definirse como libre y con derechos, o por lo menos no gastaba tiempo ni su vida en hacerlo.

Colocar las palabras Libertad y Derecho como su “trending topic” (jajaja) transformaron su entorno y su propia vida para siempre.

Somos lo que decidimos que sean las palabras. Tenemos el poder de cambiar al mundo con ellas y su significado. 

Toda esta reflexión viene a propósito de una conversación que escuché hoy en el metro de Barcelona. Para los que no lo saben bien, Cataluña viene siendo la cuna, la brasa nunca apagada (pese a los intentos históricos) de una suerte de mezcla de ideas socialistas y anarquistas, con el carácter mercantil de sus habitantes. Son como hombres y mujeres con visión de negocios y pensamientos de izquierda. O por lo menos así se han querido definir históricamente.

Aunque en ciudades como Barcelona, la multiculturalidad se impone, causando sombra sobre el catalán que describo, hoy en el metro una mujer quedó en evidencia. Porque durante todo el recorrido peleaba con un tono de voz bastante exaltado por sus derechos como “proletaria, personal, obrera” palabras que se adosaba con orgullo y repetía mientras colocaba en el otro bando de su disputa a “patrón, dueño, ese”. 

A todas estas, ella viajaba con una amiga, que durante 30 minutos de mi viaje a su lado no pronunció ni una sola palabra, sólo sonreía y escuchaba el discurso sobre exaltado de una luchadora social. 
Yo me perdí en el discurso e imaginaba tener un walkman para dejar de escucharla, hasta que caí en cuenta que el walkman era de 1980. Y que el discurso de esta señora ya estaba tan caduco como este aparato.

Entonces llegué a esta reflexión, no podemos dejar de ser algo diferente a las palabras que queremos que nos definan. Si nos sentimos y decimos proletariado, personal, un número, un recurso, nunca dejaremos de serlo. Y en contra parte, el otro nunca dejará de ser el patrón.

Para mí, los tiempos nos exigen nuevas definiciones en las relaciones, que viejas palabras vuelvan llenas de nuevo contenido. Que suceda otro boom que cambie el mundo. Otro boom de las palabras.
Solo si podemos cambiar con las palabras la forma en que nos definimos, lograremos crear un espacio de negociación para una nueva (mejor) realidad.           

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